martes, 10 de noviembre de 2015

Evangelina Rodríguez


Nació en el ocaso del año 1879, el día 10 de noviembre en San Rafael del Yuma, el segundo municipio de la provincia La Altagracia, al este de la República Dominicana; y murió en los albores del año 1947, el 10 de enero en el centro cronológico de la dictadura más larga y sangrienta que recuerda la historia dominicana.

Cuando Evangelina Rodríguez, como es más ampliamente conocida, “se inicia en los estudios primarios, es primera nota en todos los cursos y a medida que crece, se hace más excéntrica. Es una niña prodigio, de fácil verbo, que llega a la exageración”. Realizó estudios en el Instituto de Señoritas de San Pedro de Macorís. Luego se traslada a la capital “a pasar exámenes finales y va a vivir a una pensión del humilde barrio de San Miguel, pagada por su maestra y (…) su amiga. Obtiene las notas más brillantes de todo el curso, graduándose en el 1902 de Maestra Normal”. A la muerte de Anacaona Moscoso se convierte en la directora del Instituto de Señoritas en La Sultana del Este.

Esta excelsa mujer fue una brava forjadora de caminos para las generaciones que le habrían de suceder. De cuna muy humilde, y criada por una abuela en San Pedro de Macorís, donde pasó gran parte de su vida y dejó las más profundas huellas de su altruismo, sus sapiencias y sus adelantadas visiones, “en su niñez vendía gofio” para el sustento y, “al estudiar en la universidad siguió este negocio para poder cubrir sus gastos”. Pero nada de ello le impidió graduarse oficialmente de médico en 1911 en medio de una sociedad extremadamente machista y bárbaramente injusta. Más adelante “decide ir a Francia, influenciada porque todos sus profesores eran egresados de escuelas de París. Fue un gesto atrevido pues sabía que no contaba con los recursos económicos suficientes, pero trazó un plan de cuatro o cinco años de ahorros…” y en 1920 salía a Paris, regresando en 1925 titulada en pediatría, en ginecología y en obstetricia, coronando una hazaña que a simple vista parecía imposible.

“Su único libro de poemas, intitulado Granos de Polen, de relativo éxito literario y de gran fracaso económico, lo había publicado con el fin de levantar fondos para hacer su especialidad en París”.

Aunque han sido poco reconocidos, el valor patriótico y la labor humanitaria de Evangelina Rodríguez son de gran valía, así como son sus aportes al ejercicio de la medicina en el país. “A la semana de llegar de Europa organiza lo que ella llamó La Gota de Leche. A las madres se les suministraba una cantidad de leche para el bebé. Organizó un servicio de obstetricia para exámenes prenatales y post-natales, y daba cursos de nivelación a las comadronas dominicanas. Y todavía algo mayor: aconsejaba a los matrimonios a tener únicamente los hijos que pudieran mantener, dando recomendaciones para evitarlos. Recomendó la educación sexual en las escuelas. Organizó el servicio de prevención de venérea. En la colonia de Pedro Sánchez daba atención médica y alfabetizaba a campesinos”. Estamos hablando de algo ocurrido en la segunda mitad de la década de 1921 a 1930, época en que era como un pecado que una dama opinara, hiciera alguna propuesta pública, lanzara un proyecto de desarrollo o realizara cualquier otra cosa distinta a los quehaceres del hogar, cuidar niños o atender a su marido.

Todo ello, unido a su férrea oposición al régimen trujillista le valió que sus enemigos empezaran a difundir que Evangelina Rodríguez estaba loca, lo que luego se convertiría en una lamentable realidad producto del atropello, la crueldad y una serie de situaciones adversas que rodearon su vida. “La dictadura de Trujillo la marginó de la sociedad dominicana. Fue excluida de los congresos médicos, eliminada del Directorio y de la Síntesis Bibliográfica que incluía los nombres de todos sus colegas. La revista Fémina, donde ella publicaba sus colaboraciones literarias, le cerró sus puertas. El doctor Moscoso Puello, que fue su compañero y conocía su capacidad y sus virtudes, escribió un libro y apenas la menciona”. “Fue acosada, perseguida, golpeada, encarcelada, por sus críticas a la tiranía”.

Después de deambular por el Seíbo y Hato Mayor, y recorrer toda la región del Este, por comunes, secciones y parajes, “siempre dando de sí, siempre sin recompensas”, Evangelina Rodríguez “volvió a San Pedro de Macorís a morir. Murió una tarde cualquiera, gris, olvidada por todos”.

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